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Archive for 16 de abril de 2010

CORAZON SALVAJE

LORI BRIGHTON

Extracto capitulo 2

Los sollozos se hacían eco en la mente de Ella una y otra vez hasta que quería arrancar el cabello de su cabeza simplemente para sentir algo que no fuera el dolor que tenía incrustado en su alma. Ella cerró los ojos y cubrió su cabeza con la almohada para cubrir sus oídos. Pero la acción no proporcionó ningún alivio de la avalancha emocional. En todo caso, cerrando los ojos aumentaban los gritos de horror y destellos de sangre se arremolinaban en su mente en una nebulosa de dolorosos recuerdos.
Sus recuerdos.

No era la vida pasada de un venado, un conejo o un pájaro. Sino los recuerdos de un niño que había visto mucho más de lo que cualquier alma debería atestiguar. Debes ser valiente, Leo. Susurró la mujer una y otra vez en su mente. Debes ser valiente. Su madre, ella estaba segura, porque podía ver a la mujer con el pelo dorado y los ojos azules tan claramente como si estuviera de pie frente a ella. Y con la misma rapidez como había aparecido, otro recuerdo destelló en su mente… la misma mujer, en el suelo con un charco de sangre roja debajo de ella.

Ella se atragantó con un sollozo y se atrevió a abrir los ojos. Los prominentes ribetes del gris amanecer se deslizaron por las rendijas de las cortinas, advirtiendo de la inminente llegada de la luz del día. Ninguna imagen más… ni cuerpos tendidos sobre charcos de sangre, ni hombres luchando, simplemente una habitación lujosamente amueblada.

Su cabeza le dolía por el agotamiento. Ninguno animal salvaje le había proporcionado una memoria tan dolorosa. Sólo un ser humano podía almacenar tanto dolor, tanto horror… el horror que la asustaba tanto como si rasgaran su estomago.

Ella no podía quedarse aquí con esta gente. No podía quedarse aquí con ese hombre. No podía permanecer aquí con tales emociones confusas que penetraban su mente con cada latido de su corazón. Emociones que ella nunca había sentido antes y sabía que estaban equivocadas.

Se levantó de la cama, agarrando el poste cuando sus débiles rodillas se negaron a sostenerla. La ira y la tristeza se cernían en el interior del castillo como una niebla opresiva. Lo que fuera que hubiera sucedido en el pasado, ella no quería saberlo.

Ella envolvió sus dedos alrededor de la manija de su maleta, la contudente solidez de la empuñadura de madera la llevó a hacer fuerza con la columna vertebral. Sin considerar su miedo,  se resbalo en el pasillo. ¿Qué iba a hacer si  se encontraba con Leo en estos pasajes oscuros? El miedo hacía cosquillas en la parte posterior de su cuello como un susurro de advertencia.

Silenciosamente, ella se deslizó de sombra en sombra, abriéndose paso a lo largo del corredor. Al avanzar unos pasos, ella se asomó para mirar por la magnífica escalera hacia la puerta.

«Él ha desaparecido de nuevo, mi señor», una voz masculina resonó hasta el segundo piso.

Ella se arrodilló detrás de la barandilla y se asomó entre las rejas. Un rayo de sol atravesaba la pequeña ventana con vidrieras de colores en el frente de la entrada, salpicando el suelo de madera con brillantes colores, un arco iris fuera de lugar en la casa oscura y triste.

«¿No ha dormido en su cama?”, preguntó Lord Roberts, dando un paso hasta quedar a la vista

“No, mi señor”, respondió el mayordomo.

El anciano suspiró. «Él aparecerá, Sansón. Siempre lo hace»
El criado se inclinó y se marchó. Lord Roberts se quedó mirando la puerta como si su nieto estuviera dispuesto a aparecer. Por último, él avanzó arrastrando los pies por el pasillo. La compasión se deslizo a través de Ella, y tomó su labio inferior entre los dientes. ¡Maldita sea!,  no sentiría pena por un hombre que mintió. Leo no era un niño, sino un hombre. ¿Cómo podría, posiblemente, Lord Roberts pensar que ella aceptaría el cargo? Su reputación se haría pedazos. Incluso si a nadie más parecía importarle, a ella sí.

Sin mirar atrás, ella tropezó por la escalera y salió por la puerta principal. Libre, se subió la falda y las capas de crinolina, y corrió por el camino. Las aves salieron volando de los árboles, agitadas por su ansiedad. Ella no se detuvo hasta que vio las puertas de hierro por delante. Sin aliento, dejó caer su bolso y se apoyó en las barras, respirando con fuerza. Tiró de las asas. Las puertas no se movieron. Cerradas.
Ella estaba atrapada.

“No”, exclamó, apoyando la frente sobre el frío metal durante el más breve de los momentos.

Ella se apartó, tropezando de nuevo. Seguramente había un lugar por donde escapar. Agarró su bolso y siguió  la valla por una zona de árboles.
«Ridículo», murmuró , levantando su falda y pasando por encima de una raíz. ¿Estaría cercada la propiedad entera? La inquietud le puso la piel de gallina. Seguramente ellos que mantenían a sus empleados encerrados bajo llave. Haciendo caso omiso de la ansiedad, ella hizo a un lado una rama baja y vio un estrecho sendero.

«Gracias a Dios”

Gorriones marrones gorjearon y se precipitaron entre los árboles, el único signo de vida en el bosque. Un suave chasquido resonó en el aire. Antes de que  pudiera reaccionar, la bolsa cayó con un ruido sordo en el suelo. Ella miró la manija de su bolso, rota en su palma.

«¡No!», gritó , dejando caer la manija. “¡No, no, no!”. Ella se desplomó en el suelo del bosque. Las enaguas y la falda extendidas sobre la tierra, hojas adheridas a su vestido que sólo ayer por la mañana Fran había dejado tan cuidadosamente doblado. Se ahogó con un sollozo.
Ella no tenía adónde ir.
A ninguna parte.

Lágrimas calientes resbalaron por sus mejillas. Ella levantó las piernas y apoyó la frente sobre sus rodillas, demasiado cansada para moverse o preocuparse. ¿Qué haría? ¿Dónde iría? Un repentino latido pulso en la base de su corazón. Ella se puso rígida, sin atreverse a levantar la cabeza. El bosque estaba en silencio.

Demasiado tranquilo.

Volviendo sus sentidos hacia su interior,  lo reconoció de inmediato. Un cálido rastro de necesidad se movió en espiral en su cuerpo, iluminando su alma. La misma acalorada sensación que la llevó abajo, hacia el salón de baile. Ella se centró en aquella emoción, intentando comprender el deseo.

Su cuerpo comenzó a doler, extendiéndose por sus extremidades y acumulándose en la boca del estómago. Pero debajo de aquella necesidad de latía una abrumadora sensación de ira y desesperación. Temblando, ella levantó la cabeza.

Ella no pudo evitar el grito ahogado que escapo de sus labios. Se sentó a los pies de un árbol y vio desde las sombras, el rostro ilegible. Querido Señor, ¿acaso él la asesinaría justo aquí donde se arrodilló, donde nadie podría oír sus gritos? Seguramente… seguramente él no le haría daño. Lord Roberts dijo que no. Por otra parte, Lord Roberts había dicho muchas cosas que no eran exactamente verdaderas. Desesperadamente, ella  intentó comprender sus emociones, leer las intenciones del hombre, pero el miedo hizo que descifrarlas fuera imposible.
Al igual que un gato ágil, Leo rodó a sus pies. Él se dirigió hacia ella y Ella no pudo evitar el leve chillido que escapó de sus labios. Poco a poco, como si  fuera un animal salvaje que él temía espantar, se arrodilló delante de ella.

Descargar Corazón Salvaje, capitulo 2

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