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NUEVE REGLAS QUE DEBEN ROMPERSE CUANDO TIENES UN ROMANCE CON UN LIBERTINO

SARAH MACLEAN

Extracto capitulo 6

Callie había pensado que esta noche sería diferente.

Ella había esperado que la fiesta de compromiso de Mariana y Rivington fuera perfecta. Y lo fue, cada centímetro de la habitación había sido pulida hasta que brilló, los pisos y ventanas, las enormes arañas de cristal y los apliques de la pared que contenían miles de titilantes velas, las columnas de mármol que se alineaban en un tramo de la habitación, evidenciando la característica más impresionante de Allendale House, un corredor en el piso superior que permitía la visión del salón de baile, el cual les permitía a los invitados que tuvieran necesidad de un respiro, encontrar uno sin tener que abandonar el salón de baile.

Ella había esperado que Mariana brillara, y lo hizo, una brillante joya del brazo de Rivington, girando a través de docenas de otras parejas en una entusiasta danza folclórica. Y los demás invitados parecían estar de acuerdo con Callie, estaban encantados de estar allí, en el primer evento importante de la temporada, la fiesta de Mariana y su duque. La sociedad se encontraba en su mejor momento, vestidos con lo último de la moda, ansiosos de ver y ser vistos por aquellos con quienes no se habían encontrado mientras estaban fuera de Londres, durante los meses de invierno.

Callie había imaginado que este baile sería especial para ambas hermanas Allendale.

Sin embargo, aquí estaba sentada, en los asientos para solteras. Como de costumbre.

Ella debería estar acostumbrada a eso, por supuesto, acostumbrada a ser ignorada y pasar el tiempo con el resto de las mujeres que estaban fuera de circulación. A decir verdad, en los primeros años, lo había preferido así. Las mujeres la habían aceptado en su grupo, amablemente haciéndole sitio en cualquier asiento que fuera destinado para las de su tipo. Callie había encontrado mucho más agradable observar la temporada que se desarrollaba, mientras se intercambiaban chismes con las mujeres mayores que incómodas permanecían al otro lado de la habitación esperando con paciencia que un joven caballero elegible les solicitara un baile.

Después de dos temporadas de cazadores de fortuna y viudos de edad avanzada, Callie le había dado la bienvenida a la compañía de las solteronas.

Y luego, se convirtió en una de ellas.

Ni siquiera estaba muy segura de cuándo o cómo había sucedido, pero había ocurrido. Y ahora, ella tenía muy pocas opciones en la materia.

Pero esta noche era la fiesta de compromiso de Mariana. Esta noche era el primer baile de Calpurnia desde que había comenzado a tachar desafíos de su lista. Y honestamente había pensado que esta noche las cosas podrían ser diferentes. Después de todo, como la elección obvia para dama de honor de la novia, ¿no merecía un reconocimiento especial en un evento totalmente planificado para celebrar las nupcias pendientes?

Viendo a los bailarines, ella soltó un pequeño suspiro. Evidentemente no.

«Oh, Calpurnia». La señorita Genoveva Hetherington, una solterona de mediana edad con ojos amables y una total falta de sensibilidad, le dio ligeramente unas palmaditas en la rodilla a Callie con una mano enguantada de encaje. «Debe moverse más allá de eso, mi querida. Algunos de nosotros no estamos hechos para bailar».

«En realidad no». Las palabras fueron arrancadas de Callie, quien aprovechó la oportunidad para ponerse de pie y excusarse a sí misma. Sin duda que ese sería un curso de acción más preferible que estrangular a una de las solteras más queridas de la alta sociedad.

Manteniendo la cabeza baja para limitar el número de personas que ella podría verse en la necesidad de reconocer, Callie se dirigió a la habitación destinada para las bebidas.

Fue interceptada por el Barón Oxford a sólo unos metros de su destino. «¡Mi señora!»

Callie esbozo una resplandeciente sonrisa en el rostro y se volvió hacia el barón, quien le dirigió la sonrisa más dentuda, que ella hubiera visto nunca. Incapaz evitarlo, ella dio un pequeño paso hacia atrás para distanciarse del sonriente hombre. «Barón Oxford. ¡Qué sorpresa!».

«Sí, prefiero suponer que así es». Su sonrisa no vacilo.

Hizo una pausa, esperando que él continuara. Cuando no lo hizo, ella dijo, «Estoy feliz de ver que pudo unirse a nosotros esta noche».
«No tan feliz como yo por haber logrado estar con usted, mi señora».

El énfasis en su expresión envió una ola de confusión a través de Callie. ¿El barón tenía la intención de que sus palabras sonaran tan sugerentes? Seguramente no, teniendo en cuenta que Callie no podía recordar la última vez que había hablado con el incorregible dandy. Se aclaró la garganta con delicadeza. “Bueno. Gracias».

«Se ve muy hermosa esta noche». Oxford se inclino, y amplió su sonrisa. ¿Era posible que el hombre tuviera más que el número habitual de dientes?

«Oh». Tardíamente, Callie recordó inclinar la cabeza y parecer halagada en lugar de completamente desconcertada. “Gracias, mi señor».

Oxford parecía totalmente orgulloso de sí mismo. «¿Quizás usted me haría el honor de un baile?».  Cuando ella no respondió de inmediato, él levantó la mano de ella hasta sus labios y bajó la voz añadiendo. «He tenido la intención de pedírselo durante toda la noche».

La interacción inesperada impido que Callie lo siguiera muy de cerca. ¿Estaría borracho?

A medida que consideraba la ansiosa invitación, Callie escucho la orquesta tocando las primeras notas de un vals e inmediatamente se resistió a la idea de bailar con Oxford. El vals no había llegado a Inglaterra hasta después de que Callie había sido etiquetada como una soltera, y ella nunca había tenido la oportunidad de bailarlo, al menos, no con alguien más que Benedick en la intimidad de su hogar. Ella ciertamente no quería que su primer vals en público fuera con Oxford, sonriendo como un tonto. Dirigió una rápida mirada hacia la habitación de las bebidas, considerándola su mejor vía de escape.

«Oh. Bueno. Yo…», dijo ella evitando dar una respuesta directa.

«¡Calpurnia! ¡Allí está usted!». La señorita Heloise Parkthwaite, de unos cincuenta años y muy corta de vista, salió de la nada para sujetar el brazo de Callie. «¡He estado buscándola por todas partes! Sea amable y escólteme para reparar mi dobladillo, ¿lo haría?».

Una oleada de alivio recorrió a Callie, ella fue salvada. «Por supuesto, Heloise, querida», dijo. Apartando su mano de las garras de Oxford, le ofreció una arrepentida sonrisa en su dirección. «¿Tal vez en otra ocasión, mi señor?»

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NUEVE REGLAS QUE DEBEN ROMPERSE CUANDO TIENES UN ROMANCE CON UN LIBERTINO

SARAH MACLEAN

Extracto capitulo 4

Callie se despertó tarde, una instantánea sensación de aprensión se agitaba profundamente en su interior. Por unos breves instantes, sus turbulentos pensamientos fallaron en precisar la razón de aquella extraña sensación, hasta que los acontecimientos de la noche anterior empezaron a surgir, haciéndola terriblemente consciente. Ella se sentó repentinamente en la cama y permaneció inmóvil, los ojos muy abiertos, con la esperanza de que toda la noche hubiera sido un sueño salvaje, ridículo.

No tuvo suerte.

¿En qué había estado pensando al ir en medio de la noche a la Casa Ralston? ¿Ella realmente se había presentado delante del marqués de Ralston en su dormitorio? ¿Le había hecho una propuesta al libertino más notorio de Londres? Seguramente no le había solicitado que la besara. Recordando sus acciones, Callie enrojeció, sintiendo una ola de calor a través de su rostro, haciendo que su cabeza cayera entre sus manos y gimiendo por la mortificación.

Nunca tocaría otra gota de jerez. Nunca más.

Sus pensamientos se arremolinaron durante unos breves instantes, hasta que levantó la cabeza y dijo en voz alta en shock hacia la habitación. «Yo le pedí que me besara». Callie se dejó caer de nuevo sobre la cama con un suspiro y deseo que el universo trajera su muerte o, al menos alguna enfermedad. Ella simplemente no podía correr el riesgo de enfrentarse  de nuevo a Gabriel St. John. No después de ese beso.

Pero que beso. Ella cerró los ojos con fuerza ante la imagen, pero no pudo evitar la avalancha de recuerdos que vinieron con éste. El beso había sido todo lo que había imaginado. Incluso más. Ralston había sido más grande que la vida, irguiéndose sobre ella, su cabello oscuro revuelto, sus ojos brillando bajo la suave luz de las velas que se encontraban en la habitación, entonces él la había besado, cálidos labios, fuertes manos y un atractivo hombre.

Moviéndose por voluntad propia, las manos de Callie recorrieron su torso mientras recordaba el suave toque de su lengua, el firme apretón de sus brazos. Sintió una oleada de calor al recordar la delicada forma en que sus labios habían recorrido los suyos, el escalofrío de emoción que ella había sentido con su aliento sobre su cuello. Él había sido todo lo que ella había soñado.

Y cuando terminó, había quedado reducida a escombros. Él había dicho que los besos deberían dejar ansiando más… pero no se había preparado para el vacío que se propagó a través de ella cuando él le se había distanciado de su abrazo, pareciendo tan tranquilo y dueño de sí mismo como si recién se hubieran encontrado en los servicios religiosos de los domingos.

Ella lo había deseado. Todavía lo hacía.

Toda la experiencia, tan  vergonzosa como lo había sido, fue tan intensa, liberadora y, agradable como no había experimentado nunca antes, y como todo lo que alguna vez había soñado. ¡Y había sido Ralston! Había sido un beso para compensar las diez largos años dedicado a los rincones de los salones de baile, observándolo con una fila infinita de bellezas colgadas de su brazo, una década de estar atenta porque en cualquier momento oiría rumores en los salones de las damas  acerca de su último romance, años de llevar la cuenta de su larga lista de amantes convenciéndose a sí misma que era a causa de un interés ocioso. Por supuesto, nunca había habido nada de indiferencia en su interés.

Ella negó con la cabeza. Pero hombres como Ralston no eran para mujeres como Callie. En todo caso, había aprendido eso la noche anterior. Ralston era toda oscuridad, emoción y aventura… y a pesar de lo embriagada por el jerez que Callie podría haber parecido la noche anterior…

Bueno, a la luz del día, Callie no era  ninguna de esas cosas.

Pero, por una noche, durante un fugaz momento, lo había sido. ¡Y qué encantador momento!  Había sido valiente, osada y decididamente, para nada pasiva; para conseguir lo que ella sabía que nunca podría conseguir de otra manera. Y, mientras que la noche anterior podría haberle indicado que Ralston no era para ella, no había ningún motivo para que el resto de las cosas que deseaba no pudieran ser totalmente posibles.

Yo podría tener la lista.

El pensamiento la envalentono. Se volvió instintivamente para buscar en la delicada mesita de luz, sobre la cual había dejado la escandalosa hoja de papel antes de acostarse. Alcanzando la lista, la examino, un atisbo de sonrisa curvo sus labios cuando revisó las palabras garabateadas en ésta. Si los acontecimientos de la noche anterior eran alguna indicación, ella disfrutaría cada minuto realizando los otros desafíos. Estos nueve puntos eran lo único que se interponían entre Callie y la vida. Todo lo que tenía que hacer era correr el riesgo.

¿Y por qué no hacerlo?

Con renovadas energías, Callie aparto la colcha y salió de la cama. Cuadrando los hombros, atravesó el espacio hacia el pequeño escritorio en la esquina. Colocando la lista sobre éste, alisó el papel arrugado y consideró las palabras una vez más antes de alcanzar una pluma e introducirla en un tintero cercano. Ella había besado a alguien. Y con pasión.

En un solo movimiento fluido, dibujó una línea gruesa, negra a través del primer punto, tachándolo e incapaz de contener la amplia sonrisa que apareció en su rostro. ¿Y ahora qué?

Se oyó un golpe rápido, y Callie observo su espejo mientras la puerta se abría para revelar a su doncella. Registrando la severa mirada en el rostro de la anciana, Callie sintió que su sonrisa se desvanecía mientras la puerta se cerraba.

«Buenos días, Anne». Ella deslizó rápidamente la lista en un libro de poesía de Byron.

«Calpurnia Hartwell»,  dijo Anne, lentamente, «¿qué ha hecho usted?»

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NUEVE REGLAS QUE DEBEN ROMPERSE CUANDO TIENES UN ROMANCE CON UN LIBERTINO

SA RAH MACLEAN


Extracto capitulo 3

Callie observo el carruaje de alquiler marcharse por la oscura calle, dejándola completamente varada.

Ella soltó un pequeño suspiro de desaliento mientras el ruido de los cascos de los caballos se desvanecía a la distancia, sustituido por los latidos de su corazón y el correr de la sangre en sus oídos. Tendría que haber comenzado con el whisky. Y ciertamente no debería haber tomado tanto jerez.

Si hubiera permanecido abstemia, ella definitivamente no se encontraría aquí de pie, sola, delante de la casa de uno de los libertinos más notorios de Londres, en medio de la noche. ¿En qué había estado pensando?

Era evidente que no había estado pensando, en absoluto.

Por un fugaz, momento, considero dar vuelta hacia a la calle y llamar el siguiente carruaje de alquiler que pasara, pero inmediatamente después de ese pensamiento vino la comprensión de que su reputación estaría completamente arruinada en caso de que fuera descubierta.

«Tendré la cabeza de Benedick por esto», murmuró para sí, tirando la capucha de su capa oscura sobre su rostro. «la de Mariana también». Por supuesto, no fueron ni Benedick ni Mariana quienes la habían obligado a subirse a un carruaje, arriesgando su seguridad y su buen nombre. Ella había hecho todo eso sola.

Con una respiración profunda, aceptó la verdad… que ella misma se había lanzado justo en el medio de este lío, su reputación estaba a pocos minutos de estar en ruinas, y que su mejor oportunidad de sobrevivir de manera intacta a esta situación era permanecer en el interior de Ralston House. Se estremeció ante la idea.

Ralston House. Estimado Señor. ¿Qué había hecho?

Tenía que entrar. No tenía otra opción. Permanecer de pie en la calle por el resto de la noche no era una opción. Una vez dentro, le pediría al mayordomo que la acompañara desde la casa a un carruaje, y, si todo iba bien, podría estar en su cama en una hora. Él sin duda se sentiría obligado a protegerla. Ella era una dama, después de todo. Incluso si sus acciones de esa noche no confirmaban precisamente eso.
¿Y si Ralston abriera la puerta?
Callie sacudió la cabeza ante la idea. En primer lugar, los marqueses  no andaban abriendo sus propias puertas. Y en segundo lugar, las probabilidades de que este Marqués en particular, estuviera en casa a esta hora en particular eran casi nulas. Él probablemente estaba fuera con un amante en alguna parte. Una imagen cruzó por su mente, de un recuerdo de diez años antes, de él aferrado en un apasionado abrazo con una mujer de gran belleza.

Sí. Ella había cometido un terrible error. Sólo tendría que escapar lo más rápido posible.

Irguió los hombros y se acercó a la imponente entrada de Ralston House. Apenas dejó caer la aldaba cuando la gran puerta de roble se abrió, revelando a un sirviente de mediana edad que no parecía en absoluto sorprendido de encontrar a una mujer de pie frente a la casa de su amo. Haciéndose a un lado, él le permitió entrar, cerrando la puerta detrás de ella mientras entraba en la cálida y acogedora casa que los Marqueses de Ralston acostumbraban utilizar en Londres desde hacía mucho tiempo.

 

Instintivamente, ella comenzó a empujar la capucha de la capa de su rostro sólo para darse cuenta que los acontecimientos que vendrían a continuación serían más fáciles si estuviera oculta para evitar ser reconocida. Resistiendo el impulso, se volvió hacia el criado, y le dijo: «Gracias, buen señor»

«De nada, señora». El mayordomo hizo una breve y respetuosa reverencia y comenzó a avanzar hacia la amplia escalera que conducía a los pisos superiores de la casa. «¿Si usted me sigue?»

¿Seguirlo a dónde? Callie se recuperó rápidamente de su sorpresa, «¡Oh, yo no me refiero a…», ella hizo una pausa, no estando segura del final de la frase.

Él se detuvo al pie de la escalera. «Por supuesto que no, señora. No es ningún problema. Me limitaré a escoltarla hasta su destino»

«¿Mi…Mi destino?» Callie se detuvo bruscamente, su pregunta hecha con una mezcla de confusión.

El mayordomo se aclaró la garganta. «Al segundo piso, milady”.
«Al segundo piso”. Ella estaba empezando a sonar como una tonta, incluso para sí misma.

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NUEVE REGLAS QUE DEBEN ROMPERSE CUANDO TIENES UN ROMANCE CON UN LIBERTINO

SARAH MACLEAN

 

Extracto capitulo 2

Entonces, con un estallido de lágrimas ella corrió directo hacia él, y envolvió los brazos alrededor del cuello de Ulises, y besando su cabeza dijo:

«He aquí, ya tienes convencido a mi corazón, por muy inflexible que sea«

Y en su corazón despertó aún más el deseo de llorar, y lloró, sosteniendo en sus brazos a su querida esposa y la verdad de su corazón.

Callie Hartwell hizo una pausa en su lectura, y libero un profundo suspiro de satisfacción. El silencio se hacia parte de la biblioteca de la Casa Allendale, a donde ella había escapado horas antes en busca de un buen libro. En opinión de Callie, un buen libro requería una historia de amor perdurable… y a Homero entregado.

¡Oh, Odiseo, pensó ella emotiva, dando vuelta una página amarillenta del libro encuadernado y enjugándose una lágrima perdida. Veinte años más tarde, de vuelta a los brazos de su amor. Un merecido reencuentro si alguna vez había leído alguno.

Ella hizo una pausa en su lectura, apoyando la cabeza en la alta silla acolchada y respirando profundamente, inhalando el rico olor de los libros largo tiempo apreciados y bien engrasados  e imaginándose a sí misma como la heroína de esta particular historia, la amada esposa, el objeto de un heroica aventura para regresar casa, la mujer que a través del amor, inspira a su esposo maravillosamente imperfecto a luchar contra los Cíclopes, resistir a las sirenas, para conquistar a todos por un solo objetivo,  retomar su lugar a su lado.

¿Cómo sería como ser tal mujer? ¿Aquella cuya incomparable belleza fuera recompensada con el amor del héroe más grande de su tiempo? ¿Cómo sería darle la bienvenida a tal hombre en el corazón de una mujer? ¿En la cama de una? Una sonrisa se esbozo en los labios de Callie mientras los malvados pensamientos cruzaban por su mente. ¡Oh, Odiseo!

Ella se río en silencio. Si los demás supieran que Lady Calpurnia Hartwell, la solterona correcta, de buen comportamiento se entretenía con pensamientos, profundamente arraigados y ciertamente impropios para una dama, por héroes ficticios. Suspiró de nuevo con autocrítica. Ella era muy consciente de lo tonta que era, soñar con los héroes de sus libros. Era un hábito terrible, y que había albergado durante demasiado tiempo.

Se había iniciado cuando leyó por primera vez Romeo y Julieta a los doce años y siguió a través de grandes y pequeños héroes, de Beowulf, Hamlet y Tristán a los héroes oscuros y melancólicos de las novelas góticas. No importaba la calidad de los escritos, las fantasías del Callie acerca de sus héroes ficticios eran completamente democráticas.

Cerró los ojos y se imaginó lejos de esta habitación de techo alto, llena hasta el borde de libros y papeles acumulados por una larga línea de condes de Allendale. Se imaginó a sí misma, no como la hermana solterona del conde de Allendale, sino en cambio, como Penélope, tan profundamente enamorada de Ulises que ella había despreciado a todos sus pretendientes.

Evocó a su héroe en la visión, ella, sentada ante un telar, él, de pie fuerte e intenso en la puerta de la habitación. Su aspecto físico era fácil: uno que había utilizada repetidas veces en sus fantasías en la última década.

Alto, altísimo, y de hombros amplios, con grueso cabello oscuro que hacia que las mujeres sintieran un hormigueo por tocarlo y ojos azules, con el mismo color del mar en el que Ulises había navegado durante veinte años. Una mandíbula fuerte, sólo empañada por un hoyuelo que destellaba cuando él sonreía, una sonrisa que contenía la promesa tanto de maldad como de placer.

Sí… todos ellos eran imitaciones del único hombre con el que ella siempre había soñado, Gabriel St. John, el Marqués de Ralston. Uno pensaría que después de una década llena de añoranza, ella habría renunciado a su fantasía… pero parecía que se había enamorado completamente y con bastante pesar del libertino, y estaba condenada a pasar el resto de su vida imaginándolo como Antonio para su Cleopatra.

Se echó a reír ante la comparación. Aparte del hecho de que ella tuviera el nombre de una emperatriz, una tendría que estar severamente dañada para pensar en lady Calpurnia Hartwell como alguien parecida a Cleopatra. Por una parte, Callie nunca había dominado a un hombre con su belleza, algo en lo que Cleopatra, como se relataba, había sido extraordinariamente hábil en hacer. Cleopatra no compartía el común cabello castaño de Callie y los ojos marrones. Tampoco la reina de Egipto podría haber sido descrita como voluptuosa. Callie no imaginaba a Cleopatra siendo alguna vez dejada al borde de un salón durante todo el baile. Y, Callie estaba segura de que no había absolutamente ninguna prueba de que la reina de Egipto hubiera usado alguna vez una cofia de encaje.

Desafortunadamente, lo mismo no podía decirse de Callie.

Pero, por ahora, en este momento, Callie era la bella Penélope y Ralston el devastadoramente apuesto Ulises, quien había establecido su cama matrimonial en el suelo en las proximidades de donde se encontraba un roble. Su piel enrojeció mientras la fantasía llegaba a su fin, y él se acercaba a ella y a esa legendaria cama, levantando lentamente su túnica, dejando al descubierto un pecho bronceado por los años bajo el sol del mar Egeo, un pecho que podría haber sido moldeado en mármol griego. Cuando él la alcanzó y la tomó en sus brazos, ella imagino el calor de él envolviéndola, empequeñeciéndola con su tamaño. Él había pasado años esperando este momento… y como resultado la tenía a ella.

Sus manos acariciaban su piel, dejando una estela de fuego donde quiera que la tocara, y Callie se lo imagino inclinándose para besarla. Ella podía sentir su cuerpo presionando el suyo, sus manos sobre su cara, sus fuertes, sensuales labios que estaban separados por un solo suspiro de los propios. Justo antes de que él reclamara su boca en un ardiente beso, él le hablo en un bajo susurro, las palabras íntimas, el sonido apenas llegaba a sus oídos.

«¡Callie!»

Ella se retiro de la silla, dejando caer su libro, sorprendida por el penetrante sonido de la puerta de la biblioteca. Se aclaró la garganta, el corazón palpitante, silenciosamente deseando que quien quiera que fuera se marchara y la dejara terminar su sueño. El pensamiento fue breve, suprimido con un suspiro, Callie Hartwell tenía si no, unos impecables modales, y ella nunca rechazaría a un visitante deliberadamente. Sin importar lo mucho que a ella le gustaría.

La puerta de la biblioteca se abrió, y su hermana entro dando brincos, toda energía y entusiasmo. «¡Callie! ¡Aquí estas! ¡He estado buscándote por todas partes! »

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NUEVE REGLAS QUE DEBEN ROMPERSE CUANDO TIENES UN ROMANCE CON UN LIBERTINO

SARAH MACLEAN

Extracto capitulo 1

El incesante golpeteo lo despertó.

Él lo ignoró en un principio, el sueño nublaba la fuente del irritante ruido.

Hubo una larga pausa y un espeso silencio cayó sobre el dormitorio.

Gabriel St. John, marqués de Ralston, recibió la luz de la madrugada que se deslizaba sobre la habitación decadentemente amoblada. Por un momento, él permaneció inmóvil, registrando los ricos matices de la habitación, con paredes cubiertas de seda y cantos dorados, un deslumbrante refugio de placer sensual.

Alcanzando a la exuberante mujer junto a él, una media sonrisa apareció en sus labios mientras ella curvaba su cuerpo dispuesto, desnudo contra el suyo, la combinación de la temprana hora y la carne caliente lo devolvió al borde del sueño.

Él permaneció inmóvil, los ojos cerrados, arrastrando las yemas de sus dedos ociosamente sobre el hombro desnudo de su compañera de cama mientras una ágil, femenina mano acariciaba los rígidos planos de su torso, la dirección de la caricia una malvada promesa erótica.

Su toque se hizo más fuerte, más firme, y él recompenso su habilidad con un gruñido de placer.

Y los golpes comenzaron de nuevo, fuertes y constantes sobre la pesada puerta de roble.

«¡Deténgase!» Ralston se levanto de la cama de su amante, totalmente dispuesto a aterrorizar al  intruso para que lo dejara en paz el resto de la mañana. Él apenas se había puesto su bata de seda antes de abrir la puerta con una maldición.

En el umbral estaba su hermano gemelo, impecablemente vestido y perfectamente cuidado, como si fuera completamente normal llamar a un hermano en la casa de su amante al romper el alba. Detrás de Nicolás St. John había un confundido sirviente, «Mi señor, hice todo lo posible para que él no…»

Una fría mirada de Ralston dejó las palabras en la garganta del hombre. «Déjenos».

Nick vio como el lacayo se escabullía, una ceja arqueada con diversión. «Me había olvidado lo encantador que eres por las mañanas, Gabriel»

«En nombre de Dios ¿qué te trae por aquí a estas horas?»

«Fui a Ralston House primero», Nick dijo: «Cuando vi que no estabas allí, este parecía el lugar más probable para encontrarte». Él dejó que su mirada se deslizara más allá de su gemelo para dirigirse a la mujer sentada en el centro de la enorme cama. Con una sonrisa perezosa, Nick hizo un gesto de reconocimiento en dirección a la amante de su hermano. «Nastasia. Mis disculpas por la intrusión».

La belleza griega se estiro como un gato, sensual y sibarita, permitiendo que la sábana que ella sostenía con fingida modestia cayera, revelando un exuberante pecho. Una sonrisa burlona curvo sus labios cuando ella dijo: «Lord Nicolás. Le aseguro que no estoy molesta en lo más mínimo. Tal vez le gustaría unirse a nosotros…». Ella hizo una sugerente pausa. «¿Para el desayuno?»

Nick sonrió complacido. «Una tentadora oferta»

Haciendo caso omiso de la interacción, Ralston lo provoco. «Nick, si estás en tal necesidad de compañía femenina, estoy seguro de que podríamos haberte encontrado un destino que no perturbara tan precipitadamente mi descanso»

Nick se apoyó en el marco de la puerta, permitiendo que su mirada descansara sobre Nastasia antes de volver su atención a Ralston. «¿Estabas descansando, hermano?»

Ralston se alejó de la puerta, hacia una fuente en la esquina de la habitación, silbando mientras se salpicaba agua fresca sobre su rostro. «Estas disfrutando, ¿no?»

«Inmensamente».

«Tienes unos pocos segundos para decirme por qué estás aquí, Nick, antes de que me canse de tener un hermano menor y te arroje hacia fuera”

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