CORAZON SALVAJE
LORI BRIGHTON
Extracto capitulo 18
Por aquí, señorita”. El posadero le dirigió una rápida mirada a Ella, luego se ruborizo y rápidamente desvió la mirada.
Exhausta, omitió el extraño comportamiento del hombre y lo siguió por las estrechas escaleras hacia la habitación que Ella había alquilado para pasar la noche. La luz de la lámpara que él llevaba oscilo a través de las paredes, produciendo misteriosas sombras que parecían observarla, burlándose de sus nervios. Pensó que lejos del castillo se sentiría más segura. Sin embargo, se sentía peor, y, por desgracia, ella sabía por qué. Leo no estaba aquí.
Sacudió la cabeza, tratando de aclarar sus locos pensamientos, y se imaginó su cama. Con sus pocas monedas, el cuarto sería pequeño, pero esperaba que estuviera limpio. Su bolsa golpeó pesadamente contra su pierna, y su espalda le dolía con algo de intensidad a causa del viaje a través de un camino lleno de baches. Ella había comido el biscocho que había logrado guardar, y esto tendría que sostenerla hasta el día siguiente. No quería gastar dinero de manera innecesaria.
“Aquí tiene”. El hombre no la miró mientras empujaba la amplia puerta.
“Gracias”, dijo ella y se metió en la habitación, impaciente por alejarse del extraño hombre.
El tabernero cerró la puerta sin una respuesta, y Ella estaba sola, arrojada en la oscuridad.
“Bueno”, resopló, dejando caer su bolso en el suelo con un ruido sordo. Al parecer, uno tenía que ser rico para obtener un buen servicio.
La luz de la luna traspasaba las cortinas de encaje, y ella sólo podía distinguir la silueta de una pequeña mesa con una lámpara encima. Con los brazos extendidos, ella avanzo despacio a través de la habitación. Su pie choco con algo duro y el dolor se extendió por su pie.
“Maldición”, dijo, dando un salto hacia donde se encontraba la cama. Finalmente al llegar a la mesa, busco a tientas el pedernal y encendió la linterna. La luz ahuyento las sombras y la habitación se vio en forma nítida.
Lo primero que noto fue la gran cama con dosel con su aterciopelada colcha apta para un rey. Aturdida, ella sólo permaneció allí, mientras su mirada recorría la amplia habitación. Una maciza chimenea de caoba dominaba la pared al otro lado de la cama, mientras que una tina de cobre se encontraba en medio de una alfombra de felpa. ¿Qué diablos estaba haciendo ella en una habitación tan lujosamente decorada?
Un escalofrío de inquietud se deslizo a través de su columna vertebral. La enrojecida cara del posadero apareció en su mente. La forma en que él había evitado mirarla y rápidamente la había conducido a una habitación antes de que ella le hubiera consultado incluso si había una. Algo no estaba bien.
Ella respiró hondo. Un olor familiar invadió sus sentidos, masculino y una mezcla de pino con aire salado. Su corazón dejó de latir en su pecho. Con la lámpara en alto, ella se volvió lentamente. La luz destello a través de una forma sombreada en la esquina de la habitación. Ella gritó y dejó caer la linterna. Ésta rebotó sobre la alfombra, antes de que la luz se apagara dejando el cuarto en la oscuridad. Ella se movió con rapidez alrededor de la cama, utilizándola como una barrera.
“Me alegro de que hayas logrado hacerlo”, la familiar voz de Leo traspaso la oscuridad y envío ondas de cálida conciencia a través de su cuerpo.
“¿Cómo me has encontrado?”, susurró ella, deseando que sus miembros dejaran de temblar, deseando tener el coraje de decirle que se marchara, y al mismo tiempo, dando gracias a Dios que él estuviera aquí.
Leo se puso de pie, y ella retrocedió, golpeando la pared.
“Fran. Estaba preocupada por ti, viajando sola, y con razón. Eso, y las paradas del carruaje en la mismas posadas durante el viaje”
Ella frunció el ceño. Fran había planeado decírselo a Leo todo el tiempo. Podía maldecir a Fran por su falta de sentido común. Sin embargo, en el momento en que se había dado cuenta de que Leo se encontraba en su habitación, ella se sintió segura una vez más. Ella no quería sentirse segura con él. Quería sentirse a salvo sola, porque así es como ella estaría al final… sola.
“¿Tiene usted alguna idea de lo que podría ocurrirle a una mujer que viaja sola a través de Inglaterra?, su voz era suave. Demasiado suave.
Ella tragó con fuerza y fingió una confianza que no sentía. “Por supuesto que sí. Yo era muy consciente de mi entorno en todo momento”
Él comenzó a avanzar alrededor de la cama. “¿En serio? ¿Así que estaba enterada de que estaba esperando por usted en su habitación?”
Ella unió sus manos delante. “Bien, sí, pero eres tú”
“¿Y si no lo fuera, Ella?”
Él se acercó, tan cerca que la inquietud se deslizaba lentamente por su columna vertebral.
“Usted… sobornó al posadero”, exclamó ella, tratando de cambiar de tema.
“Sí, muy fácilmente. Cualquier persona puede hacerlo. Uno podría pensar que una persona que ha sido atacada dos veces sería más prudente”.
“¡No tenía otra opción!”, gritó ella.
“Podrías haber hablado conmigo”, le espetó él. Él estaba en el mismo lado de la cama que ella ahora.
“No podía”, susurró.
Él hizo una pausa. El silencio cayo sobre ellos. ¿Podría escuchar él su corazón martillando en su pecho?
“¿Porque no confías en mí?”, le preguntó él finalmente.
Ella no respondió. ¿Confiaba en él? Una parte de ella lo hacía, y lo único que quería hacer era enterrar esa parte. Había confiado en tantos y sacado lo peor de eso. ¿Qué sucedía si Leo no era quien decía ser?
“Muy bien, Ella”, dijo él en voz baja. “Sólo un par de meses en la finca y usted a aprendido a no confiar en nadie”
Quería sacudir la cabeza, negar sus palabras, sobre todo ella quería hablarle de su pasado. Pero encontró que no podía moverse, y mucho menos hablar. O Leo era malvado e intentaba asesinarla, o él era exactamente quién decía ser y creía que su tío era un asesino. De cualquier manera, era obvio que él no se fiaba de ella. Así que contuvo el aliento, esperando…esperando. Maldito sea, ¿estaba él enojado? ¿Preocupado? ¿Por qué ella no podía leer al hombre?
Finalmente, él dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
¿A dónde… a dónde va?”
“A tomar una copa. Ir a dormir, Ella”. Él dejó la habitación y cerró la puerta.
Sola, Ella se hundió en la cama, con las rodillas demasiado débiles para sostenerla. Él la había dejado, y con su ausencia sentía el mismo miedo una vez más.
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